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lunes, 22 de febrero de 2010

Composición Nº 12. Tema Secuelas de leer a J.P.F



Mientras leía a J.P.F sospeche que algún día, uno de los asaltos que me asedian por no hacer caso, va a terminar por dejarme el saldo de un balazo desafortunado. Desafortunado, digo, porque no va ni siquiera a dejar secuelas nefastas, sólo una chistosa cicatriz.
Ese mismo día, en algún punto del mundo, La Habana tal vez, alguien va a sentarse frente a su Olivetti a escribir un guión sobre una mujer a la que le pegan un balazo tras un asalto y que la misma lejos de quedar gravemente herida, se queja porque la bala le ha dejado una graciosa cicatriz y así no va a tener historias para contarle a sus nietos.
Mientras estaba con estas brillantes elucubraciones de lunes a la tarde sin nada que hacer golpea a la puerta Ana María, que se jacta de su bondad y cuando se acuerda de que olvido almorzar me trae cosas de la verdulería. Entre los recién llegados tomates y la brillante rúcula, mi vecina mezclaba con los chismes del barrio una anécdota que la tenia de protagonista. Según ella mientras se tomaba un te de hierbas se le dio por leer  un libro de J.P.F que yo olvide que le presté; cerca del primer punto y aparte, apareció ante ella la mismísima imagen de Vincent Van Gogh amenazándola con hacerla comer un girasol cargado de cuervos si ella no le regalaba un par de aros de su abuela. En ese momento recordé que libro le había prestado y también descubrí donde habían ido a parar los pocos gramos de maconia que perdí; no se lo llevaron los chorros del último asalto…

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